domingo, 21 de agosto de 2016

La Cuenca de los Sabores


Si quisiéramos elegir el mejor lugar del mundo para comer, sería imposible llegar a un acuerdo, porque hay muchas y muy buenas posibilidades gastronómicas en este mundo; esa, sería una empresa tan absurda e inútil, como decidir cuál es el mejor himno nacional del mundo. Y es que hay placeres y hay angustias sobre las cuáles lo más sensato es crear, elogiar o reverenciar, como lo han hecho el cine o la literatura en torno a la gastronomía.
Gracias a ellos, por ejemplo, los latinoamericanos pudimos abordar historias sobre el amor, la pasión y la lujuria, como lo hizo en su momento la película mexicana “Como Agua para Chocolate” en 1992, donde la comida se transforma en el catalizador de las pasiones, los placeres y los temores de sus protagonistas. 

El cine también nos ha llevado, gracias a la gastronomía al reencuentro de la memoria perdida, a través de un viaje lleno de gracia, inteligencia y buen gusto como lo hizo  Brad Bird en Ratatouille; aunque también nos ha tocado beber del otro lado de la orilla con películas donde el alimento y el placer llegan a dimensiones aberrantes y grotescas como en “El Silencio de los Inocentes” donde Anthony Hopkins deviene en un sofisticado y perverso gastrónomo del cuerpo humano.

Los cineastas usan la ciencia y la tecnología para remitirnos a ideas y sensaciones transmitidas por media de imágenes y sonidos que provocan en nosotros sensaciones de la más diversa índole, en ese aspecto se relacionan con la gastronomía, puesto que los chefs con su conocimiento de mezclas, fórmulas, porcentajes, química y hasta ciertas dosis de alquimia, producen maravillosas creaciones que despiertan en nosotros el placer mediante la más subjetiva de las sensaciones, la del gusto. 

Es por eso que Cuenca bien podría ser definida como un laboratorio de estilo neo republicano con altas dosis de un tecno soft arquitectónico- incorporado en la ciudad gracias a la influencia gringa-. O bien como un armonioso set cinematográfico, algo grande aunque lleno de smog emanado de buses feísimos y descuidados, lo siento pero nada es perfecto. 

Y es que la oferta gastronómica en Cuenca, ha crecido de manera exponencial, en innovación, calidad y propuesta; gracias a la aparición de cada vez más cafés, restaurantes, bares, fondas que han activado en la ciudad una nueva atmósfera que exalta lo culinario y  está ligada al carácter cada vez más cosmopolita que tenemos en esta Cuenca de los sabores. 

Visitar la ciudad es disfrutar de los aromas y sabores que emanan los chumales, el mote pillo, las papas locas, las huecas del café y los quimbolitos de San Roque, los secos del Chino, la harina de arverjas del Vado, el café acompañado del pan con nata de San Francisco y tantos otros lugares donde las recetas tradicionales se han mantenido por décadas; pero que  hoy se amplían a una posibilidad adicional como es encontrar cocina de las más diversas nacionalidades y estilos; española, colombiana, hindú, venezolana, iraní, cubana, norteamericana, chilena, alemana, griega y un largo mapa de naciones, nombres y propuestas que se han ido incorporando a la dinámica de la ciudad.

Cuenca siempre se ha caracterizado por la estética en sus espacios, en la arquitectura, en las artes y en la cocina, por eso no tenemos sino que embarcarnos en esa empresa que sería agregarle un nuevo reconocimiento a esta ciudad, como Destino Gastronómico Internacional, hay méritos de sobra para lograrlo.

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