Si quisiéramos elegir el mejor lugar del
mundo para comer, sería imposible llegar a un acuerdo, porque hay muchas y muy
buenas posibilidades gastronómicas en este mundo; esa, sería una empresa tan
absurda e inútil, como decidir cuál es el mejor himno nacional del mundo. Y es
que hay placeres y hay angustias sobre las cuáles lo más sensato es crear,
elogiar o reverenciar, como lo han hecho el cine o la literatura en torno a la
gastronomía.
Gracias a ellos, por ejemplo, los
latinoamericanos pudimos abordar historias sobre el amor, la pasión y la
lujuria, como lo hizo en su momento la película mexicana “Como Agua para
Chocolate” en 1992, donde la comida se transforma en el catalizador de las
pasiones, los placeres y los temores de sus protagonistas.
El cine también nos ha llevado, gracias a la
gastronomía al reencuentro de la memoria perdida, a través de un viaje lleno de
gracia, inteligencia y buen gusto como lo hizo
Brad Bird en Ratatouille; aunque también nos ha tocado beber del otro
lado de la orilla con películas donde el alimento y el placer llegan a
dimensiones aberrantes y grotescas como en “El Silencio de los Inocentes” donde
Anthony Hopkins deviene en un sofisticado y perverso gastrónomo del cuerpo
humano.
Los cineastas usan la ciencia y la tecnología
para remitirnos a ideas y sensaciones transmitidas por media de imágenes y
sonidos que provocan en nosotros sensaciones de la más diversa índole, en ese
aspecto se relacionan con la gastronomía, puesto que los chefs con su
conocimiento de mezclas, fórmulas, porcentajes, química y hasta ciertas dosis
de alquimia, producen maravillosas creaciones que despiertan en nosotros el
placer mediante la más subjetiva de las sensaciones, la del gusto.
Es por eso que Cuenca bien podría ser
definida como un laboratorio de estilo neo republicano con altas dosis de un
tecno soft arquitectónico- incorporado en la ciudad gracias a la influencia
gringa-. O bien como un armonioso set cinematográfico, algo grande aunque lleno
de smog emanado de buses feísimos y descuidados, lo siento pero nada es
perfecto.
Y es que la oferta gastronómica en Cuenca, ha
crecido de manera exponencial, en innovación, calidad y propuesta; gracias a la
aparición de cada vez más cafés, restaurantes, bares, fondas que han activado
en la ciudad una nueva atmósfera que exalta lo culinario y está ligada al carácter cada vez más
cosmopolita que tenemos en esta Cuenca de los sabores.
Visitar
la ciudad es disfrutar de los aromas y sabores que emanan los chumales, el mote
pillo, las papas locas, las huecas del café y los quimbolitos de San Roque, los
secos del Chino, la harina de arverjas del Vado, el café acompañado del pan con
nata de San Francisco y tantos otros lugares donde las recetas tradicionales se
han mantenido por décadas; pero que hoy
se amplían a una posibilidad adicional como es encontrar cocina de las más diversas
nacionalidades y estilos; española, colombiana, hindú, venezolana, iraní,
cubana, norteamericana, chilena, alemana, griega y un largo mapa de naciones,
nombres y propuestas que se han ido incorporando a la dinámica de la ciudad.
Cuenca
siempre se ha caracterizado por la estética en sus espacios, en la arquitectura,
en las artes y en la cocina, por eso no tenemos sino que embarcarnos en esa
empresa que sería agregarle un nuevo reconocimiento a esta ciudad, como Destino
Gastronómico Internacional, hay méritos de sobra para lograrlo.
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